Toda organización, como respuesta o en anticipación a los cambios del entorno, debe tener la capacidad para adaptar su manera de comportarse, logrando así mantener o desarrollar una ventaja competitiva. Dentro de las múltiples tensiones con las que se enfrenta una universidad en esta adaptabilidad organizacional, se encuentra, en un lugar de alta relevancia, las decisiones que se tomen frente a la cualificación del perfil profesional de sus colaboradores.
En este sentido, las universidades son unas de las organizaciones más complejas. Por una parte existe la necesidad - como en cualquier tipo de organización - de brindar formación a los empleados administrativos, ofreciéndoles de esta manera el espacio necesario para su perfeccionamiento, y por otra parte requieren formular y actualizar los perfiles profesionales de los profesores que atenderán las labores formativas, académicas, docentes, científicas, culturales y de extensión, es decir el core business de la organización. Así las cosas, la universidad se enfrenta a un proceso permanente de cualificación del perfil de sus profesores el cual ha de evidenciarse en los planes de permanencia, desarrollo y capacitación profesoral.
Al referirnos a los profesores no estamos hablando del mismo tipo de empleados que si pensamos, por ejemplo en el área administrativa y hay, al menos, dos razones por las que es así. La primera de ellas es que en Colombia (y gran parte de Latinoamérica) la distribución de profesores cátedra versus profesores de planta se encuentra alrededor del 70/30, es decir que aproximadamente el 70% del público al que se dirige esta cualificación es itinerante y de hecho trabaja en más de una institución, por ende su tiempo disponible es limitado y se encargan de manera exclusiva del desarrollo de acciones formativas o de docencia directa (trabajo en aula). La segunda razón tiene que ver directamente con el otro 30%, aquellos profesores de planta que son contratados en tiempo parcial o completo por las universidades, para lo cual - como regla general - deben contar con estudios en postgrado, al menos maestrías cuando no doctorado; tener en su haber publicaciones en revistas científicas en una ventana de observación no mayor a los cinco años; contar con varios años de experiencia docente y estar dispuestos a seguir publicando de manera activa para garantizar su continuidad en la institución (por supuesto estamos generalizando y deben existir excepciones). Es a través de los profesores de planta, es decir de aproximadamente el 30% de docentes, que la universidad garantiza la integración de las acciones de docencia, investigación y relación con el sector externo. La universidad, a través de sus procesos de selección y evaluación de profesores garantiza que tanto los profesores de planta como los de cátedra tienen en principio, las credenciales necesarias para considerarse expertos en un campo profesional y que gracias a esto han sido contratados, y entonces ¿por qué deberían formarse?
La respuesta a esta pregunta tiene que ver precisamente con el nombre más adecuado que recibe este tipo de formación, el de “profesionalización docente”, término acuñado por diferentes autores y que ilustra la idea del “conjunto de actuaciones, destrezas, conocimientos, actitudes y valores ligados a ellas, que constituyen lo específico de ser profesor” (Gimeno, 1990) sin duda una definición muy clara gracias a lo cual se comprende que el hecho de contar con un doctorado en un campo específico, por ejemplo la biología y un gran número de publicaciones en los últimos cinco años, o ser reconocido como un profesional experto en el sector, no garantiza una acción de enseñanza óptima hasta que el sujeto no comprenda lo específico de su actuación en el acto educativo. Permite entender también, que la experiencia que pueda tener el profesor de cátedra que va de una universidad a otra, no es garantía de una acción de enseñanza profesional si no comprende muchas veces, los modelos propios de cada institución.
Durante nuestros procesos de consultoría nos encontramos con profesores que nos dicen de manera enfática “yo no soy profesor, yo soy profesional en … ingeniería, administración, ciencias de la salud, ciencias humanas, etc y tengo toda la experticia en mi área, ¡por eso es que estoy aquí!” Son situaciones como estas las que nos permiten ser más enfáticos en que estas personas, que sin duda son expertos en sus campos profesionales y disciplinares, deben comprender que al estar en la universidad se convierten en profesores y es su responsabilidad comprometerse con la cualificación de su perfil profesoral. Estos cambios son difíciles, lo sabemos, hemos sido testigos de procesos en los que los profesores pasan de un estado de inercia a uno de reconocer la necesidad de profesionalizar su acción profesoral, en donde se reconocen no sólo como expertos en su campo profesional y disciplinar sino que además, y lo más importante, comprenden y se reconocen en el conjunto de acciones profesionales requeridas para ser profesor.
Por otra parte, tanto los profesores de cátedra como los profesores de planta, realizan su acción de enseñanza desde su comprensión de la misma, comprensión que muchas veces se origina en sus propias experiencias como estudiantes, es decir que intentan replicar en el aula lo que más recuerdan de los docentes que han tenido a lo largo de su vida y particularmente, en su etapa de formación profesional. Este hecho no está mal en sí mismo, pero parte de la idea de que replicar una acción de enseñanza que fue “buena para ellos” (en términos del aprendizaje construido) será buena para sus propios estudiantes, y es aquí donde está el error, pues se desconocen tanto las transformaciones que se han dado en el contexto desde el momento en el que se graduaron a la fecha, como las particularidades propias de la audiencia (estudiantes) a la que se dirigen, fundamentalmente sus preferencias de aprendizaje.
Citando el documento de prospectiva de la Educación Superior “Pensar más allá de los límites” publicado por la UNESCO en el 2021 “la educación en general y la [E]ducación [S]uperior en particular deben ser... la combinación de tiempo y espacio que pueda encajar con cada [alumno]... donde se les permita desarrollar sus propias habilidades y conocimientos para construir y poner en práctica su propio proyecto de vida”, la mera repetición de un modelo (presumiblemente) basado en la idea de “transmitir el conocimiento” no garantiza esta visión de ninguna manera.
Es necesario entonces, diseñar una ruta formativa - coherente con el modelo de cada institución y en línea con la visión que esta tiene de la Educación Superior y de su papel en el desarrollo de cada persona - que provea a los profesores de un Ambiente de Aprendizaje idóneo para comprender que su experiencia y reconocimiento en un campo específico deben complementarse con un conocimiento adicional, relacionado con su acción de enseñanza y con los procesos de aprendizaje de los estudiantes. Esta ruta debe contemplar al menos tres aspectos: a)planificación y gestión microcurricular en coherencia con la modalidad, el lugar de desarrollo y el nivel de formación del programa académico; b)competencias pedagógicas (estrategias de enseñanza-aprendizaje); y c)evaluación por resultados de aprendizaje.
Los planes de desarrollo y capacitación de profesores que hemos tenido la oportunidad de acompañar desde Estudio Elefante obedecen a nuestra convicción de la necesaria alineación entre los diferentes elementos del currículo, tomando como ordenador los Resultados de Aprendizaje del curso que orienta o va a orientar cada profesor. Lo primero que hacemos es trabajar con los profesores en el diseño micro curricular. Es decir, la planeación que tienen que realizar para cada periodo lectivo. Al hacerlo hemos evidenciado cómo los profesores reconocen que el objetivo de su labor no es la entrega de unos contenidos o el cumplimiento de unos temas, sino orientar a los estudiantes a su cargo en el desarrollo de los aprendizajes declarados. Como consecuencia de este reconocimiento el profesor es consciente de la posibilidad que tiene ahora de hacerse dos cuestiones fundamentales: ¿de qué manera puedo evidenciar el logro gradual de estos aprendizajes en los estudiantes? y ¿Cuáles son las acciones de enseñanza y aprendizaje más adecuadas para orientar la ruta formativa desde el rol activo del estudiante?
Para ser honestos, debemos confesar abiertamente, que una ruta planteada de esta forma conduce, de manera inexorable, a la mayoría de los profesores a un proceso reflexivo en el que una vez que establecen los medios, técnicas e instrumentos de evaluación e identifican las metodologías más apropiadas cara a los aprendizajes que deben lograr los estudiantes, se cuestionan acerca de su diseño micro curricular y se sienten obligados a reajustarlo, esto conducirá de manera directa a refinamientos en cuanto a la acción de enseñanza y la evaluación - comprendida ahora como parte esencial del proceso de aprendizaje -, pero lejos de ser algo que nos preocupe es algo que materializa esa idea del ciclo PHVA de la que tanto se habla en los procesos de gestión de la calidad adaptados a la educación.
Si usted quiere realizar un diagnóstico para determinar una posible ruta de profesionalización docente, en Estudio Elefante hemos construido un instrumento para tal fin. Estamos convencidos de que este tipo de ayudas le permitirá tomar una mejor decisión frente a los planes de formación docente que se definen en su organización o área.
Somos Estudio Elefante, la fuerza detrás de las grandes ideas.
Referencias:
Gimeno Sacristán, J. (1990). Conciencia y acción sobre la práctica como liberación profesional de los profesores. Jornadas sobre “Modelos y estrategias en la formación permanente del profesorado en los países de la CEE” (pp. 2). Barcelona, España: Universidad de Barcelona.
UNESCO. (2021). Diseñar una educación para todos. Pensar más allá de los límites. Perspectivas sobre los futuros de la educación superior hasta 2050. (1st ed., pp. 26). (Original work published 2021). Retrieved from https://bit.ly/edusup2050.
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